Dedicado al músico y amigo beatlemaníaco Rodrigo Aloi.
Se cumplen 40 años de un manifiesto formidable de libertad y creencia en el ser humano: El disco “El club de los corazones solitarios del Sargento Pimienta”. Quizás es innecesario recordar que la autoría e interpretación corresponden a los Beatles.
Recordar este evento, más allá de las virtudes musicales, tiene que ver más bien con evocar una época llena de utopías como fue la década de 1960, especialmente los años entre 1965 y 1970. Por contraste, los días actuales se antojan “crudamente realistas”. Los problemas sociales fundamentales se reducen cada vez más a una supervivencia económica mal llevada por la mayoría y a escala planetaria. El problema de distribución del ingreso será objeto de la próxima entrega correspondiente a esta columna, especialmente tras la excelente ponencia que ha hecho el presidente de la Reserva Federal Estadounidense sobre el tema. Además de este problema inmediato, están las crecientes preocupaciones del terrorismo, de las conductas autodestructivas – adicciones a drogas duras, alcohol, pornografía y soledad – junto con un limitado potencial inspirador entre los principales personajes públicos.
El panorama luce desalentador si se consideran las conductas colectivas más comprometidas de los años sesenta. Al menos tres movimientos fundamentales ocurrieron en ese período:
El underground y contracultura británicos. Allí se gesta la semilla del rock and roll de los años sesenta y sus exploraciones sonoras más atrevidas. El eco en EUA es inmediato y California aporta su filosofía hippie, fundamentada en la exploración de los límites individuales, especialmente los de la conciencia y la percepción. Al mismo tiempo, esta actitud cuenta con un componente primitivista y reivindicativo de la simpleza, la ensoñación infantil y la conexión social fundamentada en amor y pacifismo. Hay un riesgo inmediato y es el tributo a las drogas alucinógenas, preconizado por Thimothy Leary
La retórica socialista francesa, proponiendo una rebeldía de corte existencialista e incitando a rebelión civil. Con una confusa mezcla de filosofías y con símbolos como Sartre – penosamente defensor del Maoísmo en varias etapas – y su amante la filósofa feminista Beauvoir. El hito de este período es el mayo francés, quizás magnificado por los nostálgicos, dado que fue algo bastante puntual y está lejos de ser el único motivo para la renuncia de De Gaulle.
La rebelión guerrillera latinoamericana. Quizás el mejor estudio sobre esta insurgencia armada sea Por Amor al Odio, realizado por D. Carlos Manuel Acuña. El legado ha sido la idealización de los ataques armados como gesta libertaria y justa, la sacralización del Ché Guevara y el elogio a la dictadura de Fidel Castro. La mayoría de estos movimientos terroristas, que segaron vidas inocentes por millares, fue reprimido por métodos de terror dictatorial y el caso venezolano fue uno de los pocos en que esta insurgencia pudo ser detenida sin ceder a la tentación de la dictadura militar - la gestión de Betancourt, Leoni y Caldera tuvo este insigne mérito-. Paradójicamente, el discurso oficial venezolano ahora defiende la Cuba de Castro y transmite un angustioso deseo de revivir aquel mundo de los años sesenta, siendo que tal clamor es incapaz de encontrar eco entre unos acólitos más bien pendientes de saquear al máximo el erario público y de su consumo conspicuo.
La novela más reciente de D. Mario Vargas Llosa, titulada Las Travesuras de la Niña Mala, ofrece, desde la óptica de un intérprete de idiomas que vive en Lima, en París y en Londres, una vivencia de estos tres momentos históricos. El protagonista de la novela realmente anda en su mundo privado, víctima del desengaño amoroso mordaz y recurrente de la llamada niña mala. Y esto hace más atractiva y realista la novela, porque un personaje burgués y gris termina siempre involucrándose en los movimientos sociales por algún amigo o por su amante, sin entender mucho lo que está ocurriendo alrededor.
De todas estas ingenuidades colectivas de los años sesenta, quizás la que sobrevive mejor al paso del tiempo es la aproximación británica. Además del atractivo artístico que consiguió producir, especialmente en el plano musical, su principal mérito es la apertura e incorporación de diversidad, un rasgo que la sociedad británica mantiene. El propio disco del Sargento Pimienta es una amalgama de música hindú, rockabilly, charanga de parque, orquestación atonal, nostalgia de circo victoriano, filosofía de Leary y comunitarismo. La propia portada transmite esta heterogeneidad. La cuidadosa edición de D. George Martin consigue dar la sensación de continuidad en una obra tan ambiciosa y donde los cuatro Beatles dejan, si bien algo menos que en el disco precedente Revolver, su sello personal.
Un rasgo imposible de defender es la apología que hace Pepper de Leary. La alucinación propiciada por su LSD se cebó particularmente contra los jóvenes que intentaron expandir su percepción suprimiendo la conciencia. Y estos “viajes” segaron varias mentes creativas: el propio Lennon, Brian Wilson, Peter Green, Syd Barret…
Lo que sí resuena de Pepper y su época es la creencia en las posibilidades individuales y la convivencia pacífica. Pepper sólo cierra las puertas a quien etiqueta y estereotipa al que viaja en pos de su libertad individual. La exploración, incluso desde la cotidianidad, es la épica de Pepper.
La defensa del amor, explícita en el único tema del disco compuesto por Harrison, tiene un significado universal y trascendente. D. Ian MacDonald, en el brillante estudio musical y cultural Revolución en la Mente que hace de los Beatles, señala cómo esta máxima, satirizada durante el desenfreno materialista de los años ochenta, tiene una implicación profunda, entendiendo el amor como máxima expresión de realización y libertad humana. El “All you Need is Love” publicado por los Beatles al poco tiempo de Sgt. Pepper rescata la idea de este: “con nuestro amor podemos salvar al mundo” – y a cada uno.
carlosurgente@yahoo.es
La opinión del autor es independiente
No hay comentarios.:
Publicar un comentario