octubre 02, 2007


EL TRIBUTO A LA LIBERTAD DE ALFONSINA
Carlos Goedder
Publicado Diario 2001 01/10/07

“Como le escribirá a [Horacio] Quiroga: ‘Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte’.” Alfonsina Storni

El nombre de Alfonsina se suele asociar directamente, en casi cualquier nación hispanohablante, con el famoso (y trágico) tema de Alfonsina y el Mar, compuesto por los argentinos Ariel Ramírez (el mismo de la Misa Criolla) y el historiador Félix Luna. Este último es precisamente quien edita la biografía de la poetisa Alfonsina Storni en que me fundamento para este artículo (Editorial Planeta Argentina, 1999).

Alfonsina Storni Martignoni es protagonista de la historia argentina, si bien su nacimiento ocurrió en la localidad suiza de Sala Capriasca, el 29 de mayo de 1892. (Fue en 1920 que obtuvo la carta de ciudadanía argentina). Sus padres, Paulina y Alfonso, habían emigrado en 1895 a la localidad argentina de San Juan (localizada en la provincia del mismo nombre, la cual está en la frontera con Chile y fue cuna de Domingo F. Sarmiento). Alfonso Storni, inicialmente tuvo suerte como empresario, mas hacia 1891 presentó síntomas de desequilibrio nervioso que se agudizaron y que se intentó remediar con un viaje de vuelta a Suiza, donde nace Alfonsina.

El regreso a San Juan ocurrirá en 1896 y se verá sucedido por el declive mental del padre y material de la familia. La madre sacará adelante a la familia regentando una escuela. Alfonsina desde niña tuvo que colaborar con la economía hogareña como costurera, tras interrumpir sus estudios. Los traslados por la geografía argentina llevarán a la familia a Rosario en 1900. El padre fallece allí en 1906, a los 44 años.

A pesar del entorno familiar y económico desfavorable, la madre de Alfonsina logró catalizar en la hija el interés por la lectura y el teatro. La influencia materna también incidió en que Alfonsina retomase los estudios y se graduara de maestra rural en 1910. Doña Paulina ya había rehecho su vida matrimonial en 1908 y se había mudado a la ciudad santafesina de Bustinza. Alfonsina emprende su vida adulta en Buenos Aires en 1912, adonde se traslada para dar a luz un hijo adulterino, Alejandro Alfonso, quien nace el 21 de abril.

Y es allí que empieza la gesta cotidiana de Alfonsina, su salto personal hacia las facetas múltiples de la mujer que caracterizan la posmodernidad. Será, hasta el final de sus días, una madre soltera, sostén de hogar mediante trabajos diversos – dependienta de tienda, secretaria, conserje – y vivirá el arte como escritora. Si bien gradualmente logró connotación en el mundo literario, sólo a partir de 1923 fue que tal reconocimiento le permitió contar con trabajos docentes estables. A su compleja situación ella añade el hecho de ser una “doble emigrante”, como bien capta la biografía coordinada por Félix Luna: ha marchado a otro país y luego se ha ido de la provincia a la capital. De la Buenos Aires urbana y frenética que la recibe, Alfonsina dijo en un poema: “Las gentes ya tienen el alma cuadrada / ideas en fila / y ángulo en la espalda. / Yo misma he vertido ayer una lágrima, / Dios mío, cuadrada.”

Es admirable esta voluntad de Alfonsina para sacar adelante, por cuenta propia y aún padeciendo lo que ella misma llamaba “su neurastenia”, estos dos frutos de su amor: el hijo y la literatura. Ambos son su legado de libertad y trascendencia personal. En un poema de 1912 señalaba: “Yo tengo un hijo fruto del amor, amor sin ley. / Yo soy como la loba. Ando sola y me río / del rebaño. El sustento me lo gano y es mío / dondequiera que sea, que yo tengo una mano / que sabe trabajar y un cerebro que es sano”. Tal actitud, incluso en una época mucho más contemporánea de lo que se imagina, las tres primeras décadas del Siglo XX, era desafiante. Y ardua de asumir. En una carta a un amigo Alfonsina señala: “¡Es que a las mujeres nos cuesta tanto eso! ¡Nos cuenta tanto la vida! Nuestra exagerada sensibilidad, el mundo complicado que nos envuelve, la desconfianza sistematizada del ambiente, aquella terrible y permanente presencia del sexo en toda cosa que la mujer hace en público, todo contribuye a aplastarnos. Si logramos sostenernos en pie es gracias a una serie de razonamientos con que cortamos las malas redes que buscan envolvernos; así, pues, nos mantenemos en lucha”.

Y la lucha valió la pena. Fue la primera mujer que ganó un certamen literario en Argentina y además por partida doble: el “Premio Nacional de Literatura” y el “Segundo Premio Nacional de Literatura”, ambos en 1920, como reconocimiento al poemario Languidez. En ellos se aprecia la intensidad solitaria de su vida: “Pude amar esta noche con piedad infinita, / pude amar al primero que acertara a llegar, / nadie llega. Están solos los floridos senderos”.

La opción por la libertad también trajo numerosas alegrías. Muchas veces se olvidan, cuando se relata la biografía de los artistas. Alfonsina tuvo logros y realizaciones que jamás hubiese conseguido si hubiese elegido ser simplemente la amante del hombre casado con quien engendró su hijo. Obtuvo premios, participó en conferencias internacionales –conoció en persona a su colega, luego nobel en 1945, Gabriela Mistral-, viajó a Europa en 1930 y 1932 – años de recesión mundial que fueron menos duros en Argentina – y fue admitida en círculos literarios inicialmente reservados únicamente para hombres. Se la puede imaginar vibrante y satisfecha en las tertulias del emblemático café Tortoni – organizadas por la Agrupación de Gente de Arte y Letras La Peña – y también en la peña del pintor Emilio Centurión.

La opción suicida fue elegida por motivos menos oscuros que los sugeridos por la canción. El arrojarse voluntariamente al mar desde el espigón de la Perla de Mar del Plata, el 25 de octubre de 1938, obedecía a los dolores insoportables provocados por un tumor cancerígeno en el pecho, detectado desde 1935. Antes de ella, habían optado por el suicidio dos notables colegas: su amante Horacio Quiroga (1878-1937) y Leopoldo Lugones (1874-1938).

Quizás el mejor epitafio sea esta carta final que escribe Alfonsina a su hijo: “Suéñame, que me hace falta”.

La opinión del autor es independiente.
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