septiembre 11, 2006

Marx, Dieterich y Sanz

Emeterio Gómez

Aunque usted no lo crea, estoy escribiendo un ensayo sobre la confrontación Capitalismo–Socialismo y en él pregunto: “¿Qué pasa con los intelectuales chavistas? Gente seria que sabe de marxismo. ¿Será que no han leído al inaudito señor Dieterich? ¿Será que les prohíben criticar sus insensateces? ¿Qué pensarán de él gentes que han estudiado a Derrida, Foucault, Deleuze y tantos otros posmodernos?”. Ya sé que nada de ello es increíble, pero es que justo al terminar ese párrafo me llamó Rodolfo Sanz, un intelectual chavista –diputado y ahora vicecanciller– para decirme que me estaba enviando su último libro: Chávez y el desafío socialista. ¡¡He allí lo increíble!! El libro tiene dos apéndices. Uno, dedicado a criticar mis propias ideas, cosa que agradezco. Y el otro, una crítica durísima a las de Dieterich, cosa que agradezco más todavía. ¡¡No podía ser que los pensadores chavistas se calasen sin protestar un conjunto de nociones tan infantiles que cuesta llamarlas “ideas”!!

Rodolfo dice cosas muy graves: “Confieso que si Heinz Dietrich no tuviera la influencia que tiene sobre importantes círculos intelectuales bolivarianos no escribiría estas líneas tan polémicas”. Y, más adelante: “No hay en la obra de Dieterich un ápice de preocupación por el dominio ideológico del capitalismo global sobre la conciencia y la voluntad de millones de seres humanos. El impresionante desarrollo de la tecnología comunicacional nada le dice acerca de la ampliación obscena de la esclavitud ideológico-cultural… para nada cuentan la conciencia ideológica y la crítica teórica al modo civilizatorio del sistema del capital”.

¡¡Alguien tenía que decirlo!! No podía ser que los intelectuales chavistas se calaran ese bacalao. No puede ser que alguien intente refundar el Comunismo sin abordar esos complejos problemas ideológicos, éticos y políticos que Sanz, con mucha agudeza, plantea. Pero, sobre todo, no puede ser que alguien intente fundar el Socialismo con una formulita matemática, en la que se nos dice que el valor de las mercancías ¡¡depende de la cantidad de trabajo que contienen!! Nadie –salvo Dieterich– puede ser tan ingenuo como para creer que la victoria del Neocomunismo sobre el Capitalismo dependa de una idea tan carente de sentido.

Lamentablemente, la crítica de Rodolfo se queda en Dieterich, sin captar que el error está en el propio Marx. Porque éste, en tres ideas falsas del Tomo I de El Capital, sostiene lo mismo que aquél: 1) Que el trabajo es la fuente ¡¡exclusiva!! del valor de cambio de las mercancías. Esto es, que el empresario capitalista, el que parió la idea de producir un cierto bien, el que puso el capital, dirigió el proceso y asumió los riesgos ¡¡no genera valor!! 2) Que las mercancías se intercambian en el mercado en “proporción al tiempo de trabajo socialmente necesario que contienen”. Esto es, que el precio está determinado por el valor–trabajo. Y 3) la reina pepiada de las insensateces: que como la fuente exclusiva del valor es el trabajo, entonces el ingreso que recibe el capitalista por poner el capital, asumir los riesgos y dirigir el proceso, es un valor que éste le expropia al obrero. ¡¡La famosa explotación del hombre por el hombre!!

Lamentablemente Rodolfo cree que Marx demostró científicamente esas tres ideas. Pero no puede ser que él –un marxista sólido– no sepa que la prueba científica de las tesis del Tomo I de El Capital estaba en el Tomo III. Marx había prometido que allí demostraría cómo es que “los valores–trabajo se transforman en precios”. Pero ¡que casualidad! no se atrevió jamás –en dieciséis años– a publicar el Tomo III. Lo publicó Engels, ya muerto Marx, y cargó él solo con el ridículo. Porque la ansiada demostración resultó una coba monumental.

Tampoco osó Marx jamás publicar los Grundrisse, tres tomos previos y mas insensatos aún que los tres de El Capital. Sanz audazmente los cita y me alegra que lo haga, porque yo creía que los únicos que en este país habíamos leído esos otros tres bodrios éramos Carlos Blanco y yo.

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