febrero 08, 2007


Ibn Khaldun, parte 2
(Colección de Filosofía Económica)


Carlos Goedder


“Lo que está confiado a nuestro cuidado es mucho más valioso que una nave cargada de oro: es la verdadera libertad”. Epicteto. (Máximas).

Dedicado al distinguido economista brasilero D. Roberto Macedo.

Pareciera que la mente que investiga un tema actúa al modo del imán y atrae hacia sí imágenes, escritos y hechos que antes estaban dispersos y toman coherencia precisamente en el asunto que se está indagando.

Este feliz “magnetismo mental” me ha ocurrido con Ibn Khaldun. Justamente la semana pasada me he tropezado, en sendas revistas de divulgación histórica, con otras apologías de este pensador tunecino:
La revista La Aventura de la Historia publica en su ejemplar No. 100 de este mes un listado de los 100 personajes que un grupo de estudiosos señala como los más importantes de la historia. En el listado figura Ibn Khaldun, cuyo nombre en castellano toma la transformación de Ibn Jaldún. La revista señala, en su referencia al pensador: “Su Filosofía de la Historia es considerada una inigualable creación intelectual. Espera que la comprensión del pasado histórico ilumine el presente e incluso el porvenir”.

La revista Historia National Geographic (
http://www.historiang.com/) comenta, entre las novedades editoriales, sobre una novela escrita por D. Bin Salem Himmich traducida al castellano el año pasado, conmemorando el sexto centenario de la desencarnación de Khaldun. Se trata de El Sapientísimo: Memorias de un Filósofo Enamorado. La obra ha ganado ya un par de premios literarios.

En la entrega anterior comenté el ensayo de la Prof. Caroline Stone sobre Ibn Jaldún, referido por el Economista Macedo. Además de este trabajo he estudiado un ensayo del economista español D. Fabián Estapé Rodríguez, titulado Ibn Jaldún: un economista del Siglo XIV, que ha de ser una de las reflexiones más completas sobre el filósofo y es abundante en referencias de autores que antes investigaron a Jaldún: Joseph Spengler (1963), S. Andic (1965), J. Boulakia (1971) y L. Haddad (1977).

Si bien Jaldún nace en Túnez, se le toma en gran medida como economista andaluz, dado que el mismo Jaldún señala que ancestros árabes suyos participaron en la conquista de Sevilla y alcanzaron renombre social importante desde el Siglo IX. La familia abandonó Sevilla en 1248, ante la reconquista cristiana. Cuando Jaldún visita al rey castellano Pedro El Cruel en 1365, como parte de una misión diplomática, obtiene del monarca la autorización para visitar Sevilla y Córdoba, donde Jaldún se recrea con el recuerdo y huella de sus antepasados.

La visita a los sitios donde otrora prosperó su familia alimentó, sin duda, la reflexión fundamental de Jaldún: ¿Qué produce el esplendor y decadencia de las civilizaciones? Él mismo describe su obra como una ciencia de la civilización (‘ilm al-‘umram). Y su visión puede resumirse como señala Estapé: “Para Ibn Jaldún la historia es un círculo sin fin de auge y decadencia, sin evolución ni progreso, excepto el que va una sociedad primitiva a una sociedad civilizada”.

La transición de una condición nómada y errante de las sociedades primitivas hacia un estado sedentario y posteriormente hacia una civilización es, según Jaldún, el resultado feliz de una visión compartida sobre la vida social. Jaldún crea el concepto de ‘asabiyya o cohesión social. La comunidad de valores, religión, vínculos étnicos, lenguaje y tradiciones funciona para construir la primera ‘asabiyya. Y sobre sus bases se construye el Estado, creación social más importante de la civilización.

Jaldún considera que la mayor prueba de poder del Estado es la existencia de impuestos, que arrebatan ingresos y bienes al individuo en favor del gasto del poder público. Y en la hacienda pública se puede ver la sintomatología de la sociedad. En la medida que la civilización se hace compleja y amplia, la ‘asabiyya se va fracturando y se dispersan los consensos fundamentales que existían en la tribu ancestral. Y esta disolución va acompañada también de un desbordamiento del Estado. Las comodidades de la civilización motivan el gasto en lujo. Jaldún incluso se anticipa a señalar que cuánto más civilizada es una sociedad, mayor valor adquiere la provisión de servicios, especialmente el comercio de bienes exóticos y el suministro de placeres, por sobre la agricultura, la artesanía y la industria.

Al mismo tiempo, el Poder Público se torna más extravagante en sus gastos y crea más tributos. Se alcanza un punto en que esta presión fiscal lo que hace es reducir la recaudación tributaria, porque los ciudadanos se ven disuadidos de producir cuando el fruto de su trabajo acaba siendo confiscado por el Gobierno.

Esta etapa de “desenlace civilizado” es resumida por Estapé así: “...El mecanismo económico resulta indefectiblemente dañado, y el resultado es una caída importante de la recaudación, con la ruina financiera del Estado, el fenómeno de la despoblación urbana, la quiebra de las instituciones sociales y el advenimiento del fin del ciclo del Estado y la civilización”.

Esta idea de estudiar el estado social mediante la tributación es novedosa en el Siglo XIV y sigue siendo vigente.

Una reflexión final que se me antoja en esta entrega es pensar en este concepto de ‘asabiyya. Probablemente grupos cohesionados internamente en torno a ideas y prácticas socialmente repudiables, consigan hacerse con el poder precisamente por la falta de acuerdo social en la civilización que habría de resistirles. Grupos que la sociedad reconoce inicialmente como peligrosos pueden apoderarse del Estado y destruir a la civilización cuando esta última, paradójicamente, luce externamente espléndida y lujosa. Conspiradores, terroristas, fanáticos y simples aventureros pueden repartirse una civilización cuyo consenso social se ha desbaratado.

Opinión independiente. www.cedice.org.ve carlosurgente@yahoo.es
Publicado 05/02/07 Diario 2001

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